Por.
Luisa Hincapié
Noviembre
9 del 2013.
Con 1.52 de altura, se
llama Argemira Pulgarín, la llamo La Nana, se hace llamar La Pulga, es el
reemplazo que dejó mi abuela Elvira Valderrama, La Larguncha, la
que nunca conocí…y Que En Paz Descanse.
(Noviembre de 1991).
La Pulga ha saltado de
ciudad en ciudad, de casa en casa, de familia en familia, y ahora donde menos
quería… daños, peleas, silencios ha dejado a donde llega, se va con la excusa que nadie la quiere, sufre de olvidos, y tatarea:
“Qué aquí se acaba tarará, que ya mi vida, tararará…” de Pedro Infante.
Momento
1
A las 9:00 de la mañana Argemira Pulgarín,
La Pulga masca chochas oriunda de Rio negro, Antioquia, se balanceaba en la silla mecedora del Hogar Geriátrico Getsemaní en Ibagué, Tolima. El verde aguamarina de las paredes liberaban un aroma a berrinche y dejaban una mezcolanza con Agugú, un olor que para unos abuelos es rebeldía y para otros agradecimiento. “Esto
como es un
reformatorio, el ”,
grita La Pulga, esta mujer que desde 1927 es colérica.
Se
balanceaba hacia adelante, hacia atrás con los pies en el aire, me lanza una
bolsa y refunfuña: “Marleny, Esperanza,
Elvira, Largun Cha,
¡Ahh! Pooor quería coja eso”. Lo atrape, saqué lo que había en la bolsa, me
senté con mi mamá en un sofá beige del mugre y empecé a enhebrar una aguja oxidada que estaba pegada
a un tubo de hilo blanco amarillento con sabor de antaño y recordé esa foto en la que ella le enseñaba a mi mamá a soltarle el dobladillo a los pantalones, “A
La Pulga la experiencia en costuras la llevó a coser tan bien como una Singer, mi mamá era igual de mala para
coser que nosotras, eso que ellas eran mejores amigas y pasaban tardes juntas
como desde el 47, los planes eran que mientras una arreglaba una blusa, la otra
leía el periódico en voz alta”, cuenta Esperanza Adarme sumida en
recuerdos por la ausencia de su madre. La Pulga queda con los ojos pasmados y empieza a lagrimear.
Momento 2
Las
10:13 de la mañana, le suena el estómago y se alborota: “El desayuno ¡Ya ya ya
ya ya! Hace me limpio para que me dieran eso” grita
mientras con el puño de sus manos le pega a la silla. Llega la enfermera con un
vaso de agua y una pastilla sobre el plato y la amenaza en voz baja hacia su
oído: “Calma, calma, si va a hacer esos escándalos se toma esto inmediatamente”.
Se
levanta de la mecedora, nos aprieta a mi mamá y a mí el antebrazo, acurrucada
en voz de secreto nos dice: “Yo estoy bien, no quiero hacer bien, sí ustedes no
me liberan, yo me vuelo otra vez”, se para,
camina hacia la habitación. “Sigan, sigan que ya se acaba el tiempo”
formula la enfermera.
Entramos
a la habitación, parecida a las de la vecindad del Chavo, con ese olor a
guardado que ¡
¡ no nos deja reconocer olor diferente, nos pregunta mirándonos con angustia “¿Qué
vienen a hacer acá? ¿A envenenarme porque les estorbo? ¿A yo no sé por qué Dios
no me quiere muerta? Usted mi mejor amiga, mi Larguncha mira como se conserva en
la juventud y yo apenas con 45 años y nada…de que ni la envidia me ha querido
matar, ¿Qué pago, qué hice?”…
Y
con el dolor del alma recuento que mi
abuelita La Larguncha ya murió, no me
confunda soy la nieta Luisa y ella es mi
mamá, Esperanza la hija de Elvira, estamos en el 2013 ya, todo ha cambiado.
Momento 3
Las
11: 38 de la mañana, empieza a cantar “Lero, lero tengo ojeras de , la la la
la, el médico esposo de Mar leny me trajo loco porque que lo iba a envenenar creía el bojote ese, y
Pedrito me llora que me vaya con él pero yo no le ni
mierda, le gusta el
” , manda saliva y revela que Pedro Infante se esconde para que no lo vayan a echar, ni a cobrar por dormir con ella. Lo extraño es
que sonríe y dice: “ese tonto hermoso qué come, no yo le reparto de esa comida
podrida y yo es a la que me toca
tragármela por fastidiosa que llaman”…
La
enfermera vuelve, con tono de mando le
pide que camine hacia el comedor, ella se queda ahí esparramada en la cama, se
acababa la hora de visita, saco la cámara de mi mochila y le digo hable pasito,
mi mamá me regaña.
La
Pulga se para rapidito y se expresa con un “Hijueputa vida” se va como pingüino
hacia el comedor con las manos tapándose la cara y vuelve a tatarear “Te
vas por un momento, te vas diciendo que vuelves… ¡Qué suerte la mía! Qué triste
agonía…”
Al
salir, la enfermera nos acompañó a la puerta, ella con su mano derecha tocó el
hombro de mi mamá, y yo me armé de coraje para soportar las lágrimas mientras
salíamos de esa línea de tiempo, de ese lugar en el que solo ronda el estorbo y el olvido.
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